Tal vez haya llegado ya a ese punto, de querer abrazar al
vacío . De sentir como la caricia más dulce, el silencio. De amar las
ausencias. Guardar con cariño los huecos que han ido quedando en mi. Después de
todo ya no tengo tanta prisa , ya no son un lastre las esperas, ya no hay nada
por que esperar. Me puedo quedar observándolas ensimismada conociendo cada uno
de sus matices.
Puede que mire desde mi bici en movimiento, el como nada
cambia, como todo permanece en la memoria. Como pequeñas capsulas de lagrimas y
sonrisas. Son como los caramelos que te comes cuando añoras comer. Consuelos de
una vida bien vivida, regalos de las intensidades del tiempo.
Es posible que el hueco se haya hecho demasiado grande y se
lo haya comido todo.
Pero también en ello reside la belleza. Además es probable
que la vida sea un gran calcetín y ahora haya algo similar y nuevo al reverso.
Al fin y al cabo, solo queda escuchar, experimentar, y vivir.
Aprender a darle un abrazo a la ausencia de luz y sentirlo
como uno de esos abrazos calidos de los que no quieres salir.
Os imagináis sacar la felicidad de la ausencia de todo?
Poder mirar con otros ojos y conocer otras formas de pensar otros caminos.
Experiencias increíbles que residen en la falta de, en la
calma. Esto me ha recordado a Relato de un naufrago-Gabriel García Márquez.
Rodeada por la inmensidad de un océano sin diferencias, sin
horizontes, es calma que ahoga en soledad y reside en todos.
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